"Quizá haya elegido la Literatura porque no obliga a una relación de intercambio con el mundo; escribir es una práctica muy autista."
Alan Pauls
No salgo de mi casa hace días. No quiero estar con nadie, no quiero ver a nadie, no quiero cultivar lazos con NADIE. Nadie, nadie, nadie. No quiero salir, no quiero que me vean, no quiero ver, no quiero hablar, no quiero escuchar, no quiero saber que la vida existe, que la gente existe, que el mundo existe afuera. Quiero encerrarme, encerrarme, encerrarme, enterrarme. Morirme.
No quiero contacto, no quiero, NO. Quiero alejarme, encerrarme, eliminarme, enterrarme.
Me enferma la gente. La odio, la detesto, me cansa, me aburre, me daña, me agota, me invade, me irrita. No puedo soportarlo un segundo más, cada minuto es más intolerable.
Todas las personas me terminan repugnando y cansando asquerosamente.
Sí, ayer estuve toda la noche enclaustrada en mi cuarto leyendo por decimoquinta vez Dairio de una Huída (Marylin Harris) y por onceava vez Poesía completa de Alejandra Pizarnik. Con la mudanza extravié El Pasado de Alan Pauls que debe estar al fondo de alguna caja cualquiera. Me quedé dormida, ayer falté a la fiesta de Jhoselyn, hoy tampoco fui al trabajo. No quiero hacer otra cosa que leer compulsivamente, escribir toda superficie de papel que tenga al alcance de mi mano, escuchar Sigur Rós y sentir el viento de la madrugada. Nada más. Convengamos que los ochenta mil grados de temperatura no son lo más estimulante para salir del claustro. Amo intensamente el invierno.
A las personas de mi especie no nos gusta interactuar. Y no soy de esa clase de gente a quien la otra gente la intimida o la cohíbe. No. Yo no quiero interactuar porque no me gusta. En mi caso yo soy quien intimida y cohíbe a los demás. Lo mío no es por incapacidad. Es lisa y llanamente porque no me interesa en lo más mínimo. No me gusta la gente ni lo que (no) aportan. No me siento gente. Yo estoy en otro estrato. Y no hablo de niveles, de ser mejor o ser peor; hablo de planos, dimensiones diferentes. Yo soy como flotante en la realidad. Soy como visitante, o incluso intrusa, de este mundo. Soy ajena a él. Él es ajeno a mí.
"Mi enfermedad de lejanía, de separación, de absoluta no-alianza con ellos (...) Le pasó como a mí (a Kafka): se separó. Fue demasiado lejos en la soledad y supo que de allí no se vuelve. Se alejó -me alejé- no por desprecio sino porque una es extranjera, una es de otra parte. Ellos se casan, procrean, veranean, tienen horarios, no se asustan por la tenebrosa ambigüedad del lenguaje". (Alejandra Pizarnik)